viernes, 10 de septiembre de 2010

Lois Stone Steel

Qué bonito es soñar. Se me encoge el alma al pensar lo que desearía que pasara como yo preferiría que pasase. Una maravilla. Sin duda, es lo único que me hace feliz, hoy, junto con los míos. Lo que me da aliento para sonreír cuando la realidad me exige otras labores, a veces, más importantes que la de soñar, cuando no siempre.

Afirmando semejante sentencia, queda en evidencia el consiguiente axioma: la tristeza. La melancolía empalagosa; el espesor, efectos parecidos a los del hachís, pero del originado en el mismo cerebro. Metástasis total de los sueños, los cuales te refrenan y te exigen una manera de conseguirlos, un camino (distinto a los que hoy en la vida existen para llegar a él), esa cerradura la cual sin llave exacta que la abra es disuelta por la ola de esta orilla, desvaneciendo consigo el castillo de arena.

Unos dicen que no. Los sueños son empresas que han de llevarse a cabo con paciencia, con todo lo que haga falta; antes de morir, deberán haber tenido lugar. Que tienes que esforzarte mucho y sacrificarte. Rechazarás caminos de otros sueños menos relevantes para conseguir el que antes ansías. La recompensa merece la pena. Que nunca podrás desconcentrarte, mucho menos caer en la tentación de descansar, por debilidad. Son de acero, son de piedra. Sus responsabilidades siempre están al día para ir de la mano de sus sueños y poder recrearlos en el primer parque que tengan la oportunidad de encontrar. Se lo merecen.

Miopía. Necesito algo ajeno a mi cuerpo para ver. Sin ello puedo ver, aunque de forma borrosa, nada nítida. Si rechazase ver con lo que no es natural mío, tengo que reconocer que me encontraría fuera de mi etnia, solo. No obstante, sería libre de hacerlo, igualmente, con las privaciones que ello daría lugar.

Es en ese tipo de soledad donde me veo a veces. Hasta cuando estoy con los de siempre, los míos, empiezo a sentirme lejos de ellos, en otra onda; la pieza de puzle que con el paso del tiempo se nota como cuesta más encajarla con las demás. Se sorprenden de ver una personalidad continuamente cambiante y les cuesta aún más aceptarlo, respetarlo. "Si tú siempre habías sido...habías pensado...habías dicho...". Había cambiado. Sigo cambiando.

Quizás fueron las ruinas que dejé detrás, por eso no le temo al fuego pero sí a las cenizas...

Hasta que me harto. Vuelve esa consciencia que me hace entrever que el sentir soledad es vecino cercano del egocentrismo, y encuentro que no, que no vivo solo aunque así se vea desde tan alto en mi nube. Ya en la plaza, me sumo a los de piedra y acero, llegando a ser uno más. Un híbrido, de sueños y metal, que quiere ver todo más fácil, más tranquilo, más abierto, más correcto, más claro, más humano, más filantropía, más corazón, más razón, más tolerancia, más despacio, más solidaridad, más buena fe, más sabiduría, más paciencia, más confianza. Más.

Un todo más justo alejado del conformismo convencional, precedido de un empujón. Tan solo un empujón. Pues de lo que antes era, no dejo de ser. Esa timidez niña, esa inseguridad escéptica. Dí dos pasos atrás y no, aún no he dado el paso adelante. Desde luego, no será por carrerilla...



Entonces, robo de su fruto y, de nuevo, vuelvo a mi mundo de ensueño.