domingo, 14 de octubre de 2012

Bien, ¿y tú?

Tenía, como siempre, una prisa anormal y mientras tres o cuatro canas iban apareciendo en su cabellera, con las manos en los bolsillos y en dirección a ninguna parte, pensaba en su futuro.
Nunca había pisado con tanta seguridad. Pero, ¿y esa frialdad?

El jodido veranillo de San Miguel ponía un calor otoñal suficiente como para hacer sudar a cualquier Usain Bolt a semejantes velocidades por este desierto. Desierto carente de sentido.
Resultaba curioso, porque su cuerpo en movimiento no generaba sino frío. FRÍO. La frialdad del asesino que obliga a un niño a matar a su padre, para formar parte de un clan. La frialdad del niño que presenció como asesinaban a su familia, y ahora los problemas cotidianos de sus vecinos le parecen más que un cúmulo de mierdas aburridas en las que no invertir más tiempo que el que realmente precisan, cómo si fuera necesario que ocurriera una desgracia traumática para saber qué es realmente importante.

Puedes mirar a los ojos de la gente para comprobar qué clase de niño lleva adentro. Ojo, si hay sonrisa: alto margen de error. Miradas que, como las palabras que decimos, siempre dicen una parte de toda la verdad.

No sabía a dónde, mas halló por qué.

Como el que disfruta de leer libros sin obtener una recompensa pecuniaria ni de ningún otro tipo. Vio algunas imágenes en su mente que se sostenían a duras penas, ¿creer en ellas? ahora menos que ayer.

Una lástima. Tras otra. Empezó a gustar el ver que aunque intentase evitarlo, cambiaba, variaba sus principios, invertía sus raíces tradicionales y, en general, hacía lo que le daba la real gana con ellas. Generaba posibilidades infinitas para las infinitas ideas, y no se preocupaba con demasiada antelación de qué hacer si una le gustase y lo conquistara definitivamente.
Lo definitivo. Lo absoluto. Qué bien suena, joder. Pero en qué especie de cierramentes convierte a los devotos de ambos conceptos.
Ellos lucharán por que nadie cambie sus ideas. Él, con el mismo valor pero opuesto, en su extremo caótico, también ejercerá su derecho como dictador de ideas variables por época, por tacto y por sabor.

Y, puesto que vive, seguirá existiendo. Sea frío, con melosa rabia... sea como fuere.

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