domingo, 26 de diciembre de 2010

Explotar

Oye, para, basta ya, por favor. Sí, tú. Deja de mirarme así. Deja de hacer de una vida gris una vida escarlata, o carmín. Como el de tus labios de fresa, o como el de los violentos torrentes de sangre que bombea mi corazón cuando estás cerca. Deja de dar sentido a esta recién nacida utopía de lucha romántica. Deja de una vez de congelarme la razón, la imaginación y los sueños en un instante breve, para luego, días después, caldearlas tanto que, de ser líquido, inundarían tres planetas terráqueos enteros. Qué es un instante breve. Una vida entera es un instante breve. Entonces, un instante abrazados ya propiciaría una vida plena. Pero yo quiero más de un instante, entonces, más de una vida. Siempre sea entre esos brazos leves, entre esas alas ígneas.

Por eso no te conformes con el límite del horizonte visto por tus ojos y busca el más allá. Búscalo en la cultura, en la retórica de las palabras, en la chispa descriptiva de adjetivos y epítetos, en todos aquellos valiosos detalles, para poder demostrar que el disfrute de la libertad y el considerar crítico en la convenencia de la verdad ofrecen un abanico infinito de caminos por los que fluir, constituyendo acepciones tan relativas como los motivos de felicidad. Y que, a pesar de que tantos incultos y embrutecidos miren culpabilizándote de un crimen que jamás cometiste, no conseguirán contagiarte de su maldad, ni convertirán en lágrimas lo que te podría hacer volar de tanto sonreír. Abrir la mente está al alcance de cualquiera. Si alguien se cierra en banda, en la tradición, qué menos que respetarlo. Ahora, que no exijan que todo el mundo actúe así. Al menos que no se actúe así porque sí, sin más razones a alegar.

Si realmente no se sabe algo que se presupone evidente, aconsejo su meticulosa investigación. Cada día me sorprendo de nuevos hallazgos en este sendero y no dejo de ganar en sorpresas. Solo cuando algún animal pierde los papeles a causa de pura incomprensión y debilidad, la historia podría llegar a su fin. Pero, dejar de probar estas conclusiones por miedo al descontrol violento de alguien, es algo que no voy a consentir. Para esos perros existen bozales. O mentiras piadosas. ¡Animalicos!



Perdóname. Es inevitable. Sí, de nuevo es a ti. No permitas ni una sola vez más que te tome de la cintura tan solo para bailar; ni que nuestras miradas se derritan en una melosa dulzura y cremosa textura de chocolate fundido; No me digas que te duele alguna zona de tu cuerpo si olvidas que muero por darte un masaje de besos en el lugar exacto, de esos que curan. Porque, si me dejas que te tome de la cintura, que te mire los ojos tuyos, que son de miel, en esa mirada que saborea la esencia, y me aseguras, olvidando el trasfondo, que sufres un dolor en concreto, o te encuentras invadida de confusión esperando lo normal, una respuesta natural, seguro de mí mismo ante semejante acto de vandalismo, yo te juro que me empieza a costar el respirar y que, temblando todo entero, no podría seguirte el juego más allá del idealismo.

Es entonces, cuando con los pulmones congelados dejo de existir y todo se vuelve sueño. Los ojos míos que miran siempre cabizbajos, con los párpados de plomo, se abren al máximo. Desaparece la miopía. O, tal vez, aumenta una infinidad. La cuestión es que nada continua viendose igual tras comprender la imposible perfección de tu fragilidad. Lo desagradable a la vista se vuelve borroso y deja de repeler, así como lo que era bello y colorido provoca un éxtasis total en los sentidos, causando placer en cada instante y movimiento. Ese disolver de dos sustancias inmiscibles en cada abrazo eterno, en cada mirada a fuego, que te hace buscarle el sentido oculto a todo cuanto te rodea y te planteas. Las calles oscuras y vacías, dejan de parecer lo que no son y se advierten como deliciosas formas artísticas de tranquilidad revitalizante. Estar tan excitado y locamente enamorado que llegues a encontrar etérea hasta la imagen de un contenedor de basura, reventado y hediondo, rodeado de cristales de botellas rotas y restos de comida en putrefacción, resultado de la enriquecedora y diferente idiosincrasia de la gente, esa contradicción estética en las diferentes formas de perspectiva con que analizamos la realidad que vemos respecto de la que soñamos.



Deja que exploten las ilusiones y la confianza.
Suelta el ferviente deseo y observa que no hay nada tan placentero como el crujir de una cadena.

No dejaré de respirarte sin respirar nada que no seas tú.
Solo permíteme probar la manzana...

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