viernes, 30 de abril de 2010

Esta mañana...

Amanece un día más. Otro. Las 9:00 am -¿¡Qué mierda se oye!?- Fin. A las 11:35 de nuevo amanece. Otro día -ojalá-. El sueño ha sido raro, como la mayoría, aunque ya no es, ni recuerdo bien lo que fue. Voy a recordarlo. Imposible. He faltado a clase, si quiero ir a la siguiente tengo que dar un salto -YA-, ducharme en 2 segundos, desayunar alguna tontería y volar. A diferencia de la mayoría de los cuerdos terrestres, vuelo. Suelo hacerlo a unos 100 metros aproximadamente pero a veces demasiado alto. Así, me cuesta el aterrizaje un puñado de consecuencias expresadas en forma de guantazos mentales.

-Qué bien-. He terminado de desayunar y son las 12:43 y me queda vestirme y correr a la parada del autobús y mientras lo espero ver pasar un Ford Fiesta, un Opel Corsa, un Mercedes antiguo de 2ª o 3ª mano, un BMW serie 1, otro, -me cambio de sitio a la sombra, detrás de la parada, porque vaya calor más bochornoso- un Peugeot 206, un 307, un 306, el autobús nº 3 que no va a la universidad, un camión de alguna obra o proveedor de algún producto y yo esperando miles de años con mis auriculares a modo de burbuja misatrópica escuchando September Song por Frank Sinatra -esperando que alguien con el necesario toque cínico irrumpa mi letargo y pregunte: ¡Hola! ¿Qué escuchas, me dejas un auricular?- pareciendo el tipo misterioso que deja de serlo por repensarlo. El mismo que sería la sombra más feliz de la Tierra al conocer de repente ese capullo de rosa azul que justo se abre frente a mí al escuchar esa mi música, su música. El día sería multicolor, un Sol suave pero cálido, sintiendo constantemente abrazos de un viento fresco y dulce que te dibuja una sonrisa. Y los árboles ríen, agrandan su tamaño al triple, por lo menos. El azul cián del cielo es la amplitud de mi mente infinita donde, hoy, no hay nubes, se desintegraron. Ella, desconocida, ha sido fiel a la improvisación. Osada. Y ya cautivo, llegaría el autobús, pero como si llegasen cien, o hubiera un atasco de continuos y desagradables pitidos...El día sería de ella, sería mío, sería feliz diez segundos, quizás un minuto...De pronto, llega un joven que la llama de un nombre raro, la ayuda con la carpeta y libro, y encadenados, marchan hacia la nada. El día ennegrece -¿día o noche?- los árboles son champiñones, una nube debora la pureza de la mente infinita y un señor dice que ha caído un meteorito en la universidad y que debo marchar a casa (si es que la tenía) a llorar o a pagar mi enfado con todo lo que haga y todos los que me rodeen. Le dije que quién era semejante impertinente mas no dijo palabra. Marché bajo un puente, con los vagabundos -ahora hermanos-. Había empezado a llover mucho. Ya no escuchaba Sinatra. Ahora escuchaba Mejor Pensar O No, de Frank-T. Ya no quería que nadie se me arrimase a escuchar lo que tenía, lo que me gusta. Hasta que una bella de harapos vestida, con su mirada, me dió calor, me enseñó su corazón un segundo para que lo viera, después lo guardó. Así, dejé la vida limpia, por la vida entera.

Pero ya son las 13:00...llegaría tarde y -total- solo para una clase y encima de teoría...Así que no fui. Ni si quiera salí de mi casa.

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